“Cuando ustedes oren, no imiten a los que dan espectáculo; les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que la gente los vea. Yo se lo digo: ellos han recibido ya su premio. Pero tú, cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre que está allí, a solas contigo. Y tu Padre, que ve en lo secreto, te premiará. Cuando pidan a Dios, no imiten a los paganos con sus letanías interminables: ellos creen que un bombardeo de palabras hará que se los oiga.
No hagan como ellos, pues antes de que ustedes pidan, su Padre ya sabe lo que necesitan”. San Mateo 6, 5-8
No hagan como ellos, pues antes de que ustedes pidan, su Padre ya sabe lo que necesitan”. San Mateo 6, 5-8
Hoy más que nunca corremos el peligro de caer en el activismo y de perder nuestra vida interior. Se vive tan al día que ya no somos capaces de escucharnos y escuchar a otros. Nos estamos haciendo cada vez más sordos y nuestra sordera afecta la capacidad de percibir la voz de nuestra conciencia y sobre todo….la voz de Dios.
Ordinariamente, en las relaciones interpersonales resulta que hablamos más y escuchamos menos. Nos sentimos tan solos que no desaprovechamos la oportunidad para hacernos notar en una reunión de amigos o de trabajo. Incluso en una charla amistosa y aún y cuando el compañero todavía está hablando, nos importa poco e interrumpimos abruptamente porque NOS URGE decir aquello que nos “escalda la lengua” y por atrabancarnos en nuestro comentario no sabemos qué fue lo último que dijo o a qué estaba haciendo referencia.
A veces nos están hablando, pero “andamos en la luna”, quizá estamos callados, pero nuestra mente divaga en mil y un pensamientos. Hasta quien habla con nosotros pregunta: “¿Hay alguien ahí?” o “Tierra llamando a Marte”, porque físicamente estamos presentes, pero nuestra cabeza se encuentra en otro lado. No, no sabemos escuchar, poner toda nuestra atención, callar nuestros pensamientos para dejar que las ideas de los demás lleguen directamente a nuestra cabeza y corazón.
Es por esto que la oración aparece como el remedio cada vez más importante y necesario para toda persona. Ya hemos dicho en otro momento que orar es entrar en diálogo con Dios y hablar sinceramente con Él. En cierto sentido, orar es hablar y se necesita la palabra para conocer a la otra persona, hemos crecido con la palabra y la entendemos como el medio de expresión por excelencia para comunicarnos.
Pero nos quedamos a medias si sólo entendemos la oración como un diálogo, como si la palabra fuera lo único, ya que también y sobre todo la oración es ESCUCHAR.
En nuestra relación con Dios pasa lo mismo que en el trato con los demás. Nos sentamos o hincamos para orar y después del saludo inicial comenzamos a hablar todo lo que podamos. Le contamos nuestros problemas, le pedimos todo lo habido y por haber, le soltamos todos los padresnuestros y demás oraciones devotas que nos sabemos o que tenemos en nuestros libritos de oraciones y listo… ya nos retiramos. Y a Dios ¿cuándo lo escuchamos? Él tenía muchas cosas que decirnos pero nuestros deseos desproporcionados por contarle todo y de desahogarnos con Dios no le dio oportunidad de decirnos un “te amo”.
En la oración quienes debemos escuchar somos nosotros, ya que Dios sabe de antemano lo que le vamos a decir, pero nosotros no sabemos lo que Él tiene preparado para cada uno.
Recordemos aquel pasaje de la Sagrada Escritura donde Dios le da los 10 Mandamientos a Moisés. Lo primero que el Señor le dice al pueblo de Israel es: “Escucha Israel, el Señor tu Dios es el único Señor…” lo primero que debe hacer Israel y lo que debemos hacer todos es esto: Escuchar, para que aceptemos todo lo que viene de parte de Dios. Es necesario abrir nuestra mente y nuestro corazón y sólo si tenemos una disposición total, abierta y generosa lo podremos lograr.
No es fácil escuchar a Dios ya que hay muchas voces que suenan en nuestro interior. Tanta televisión, música, pensamientos, preocupaciones, etc. hacen que nuestra mente esté en otra parte, se distraiga y no nos podamos concentrar.
Por eso san Agustín y santa Teresa decían: “callados los sentidos, callada la imaginación y callada la razón”, para entrar en comunión con Dios. A veces da la impresión que con una oración de tantas palabras vamos a impresionar a Dios y a las demás personas que nos están escuchando. La mejor oración es la que se realiza en el silencio…no sólo en silencio, sino EN EL SILENCIO, y que sólo puede darse en lo más profundo de nuestro interior. Ahí es donde descubrimos la suave brisa de la presencia de Dios que se nos manifiesta de una forma muy sutil y donde conocemos cuál es su voluntad y qué es lo que quiere de nosotros.
La oración que transforma, la que surte efecto en la vida y cambia a toda persona es la oración del silencio, porque en esta oración descubro que es más importante saber lo que Dios quiere que lo que yo quiero, valoro más SU PALABRA que mí palabra y dejo que como la lluvia y la nieve que empapan la tierra y la hacen germinar, su Palabra penetre a lo más íntimo de mi ser, empape la tierra de mi vida y haga germinar todo aquello que Él mismo ha sembrado en mí.
Para lograr esto se necesita:
a) Un buen ejercicio de respiración: ya que esto nos dará paz y nos ayudará a ser conscientes de lo que está pasando en nuestro interior.
b) Música suave: hay quienes necesitan para relajarse un poco de música. Yo recomiendo el canto gregoriano, ya que son cantos que por su estructura ayuda a tranquilizar la mente y el corazón. Puede ser también música clásica o contemporánea, pero de preferencia que no tenga voz para no seguir el canto.
c) Tener el tiempo suficiente: No vamos a lograr esto si no le dedicamos mínimo 30 minutos y que nadie nos moleste, porque si hay ruidos o familiares pasando a cada rato, nos hará perder la concentración.
d) Tener un buen libro espiritual o la Biblia: Santa Teresa cuenta que difícilmente iba a la oración sin un libro, ya que al desconcentrarse el libro ayuda a ubicarnos nuevamente en un tema.
e) Repetir una frase: ya sea: “Tú eres mi Señor” o “Señor, ten misericordia de mí” o “Señor mío y Dios mío” frases cortas que nos ayuden a centrar nuestra atención en Dios.
Después de esto ya te estarás preparando para iniciar una oración de adeveras. Recuerda que la oración exige perseverancia o constancia. Hacer oración una vez al mes no conseguirá los frutos deseados.
Haz la prueba y verás que bueno es el Señor.
En el siguiente número hablaremos acerca de las cualidades de la oración. Aquello que exige la oración de en serio.
Totalmente de acuerdo, para orar no hay que hacer alarde público de la oración, basta con hablar con el ser divino en el que creemos. El nos escucha y eso basta.
ResponderEliminarUn abrazo y mi cariño
"Y tu Padre que ve en lo secreto", siempre me gustó esa frase del Evangelio.
ResponderEliminarQue hable´Dios y que me haga escucharle, eso es lo que pido en la oración.
Este escrito ayuda a mejorar la escucha,
Gracias y un beso