sábado, mayo 08, 2010

Un Amor sin Límite

Me quede completamente sorprendido hace unos días en un centro comercial. Fui testigo de algo que hubiera preferido no ver, ni escuchar. Estoy seguro que usted que lee esta columna me podrá entender. No es que sea curioso o víbora, pero no puede evitar el escuchar la forma en que una hija de aproximadamente 20 años le hablaba a su mamá. Las palabras  tan agresivas y hasta con un toque de burla con las que se dirigía hacia ella, los gritos de desesperación e incomprensión de la hija, hacían que quienes nos encontrábamos ahí,  nos sintiéramos verdaderamente incómodos y más aún, al ver a la cara de pena de la madre de la susodicha.


No cabe duda que el amor se manifiesta de muchas maneras, pero el amor de una madre es verdaderamente algo fuera de serie.

Que razón tienen las madres cuando dicen: ¡hasta que tengas a tus hijos, comprenderás muchas cosas…!
No puedo o, mejor dicho, me resisto a entender tanta ingratitud por parte de los hijos hacia una madre.
Me resisto yo creo ahora más que nunca, porque ya no la tengo físicamente conmigo. Y quienes hayan vivido lo mismo, estoy seguro que me entienden mejor.  

¿Hasta dónde ama una madre? Hasta que duela. Como decía la Madre Teresa de Calcuta. Hoy quiero dedicar con todo mi cariño y respeto esta columna a quienes Dios les ha permitido el don y la dicha de ser madres.
Sé que jamás, como hombre, podré entender ese amor tan incondicional, pero como padre, puedo imaginarlo.

Hoy comparto con usted una anécdota que viví hace varios años con mi madre. Verdaderamente marcó mi vida para siempre. Después de una fuerte discusión con un hermano por una insignificancia, bueno ahora la veo como insignificancia, aunque en ese momento no lo era, me pide que vaya con ella y me dice. “Hijo, tu eres muy maduro e inteligente. Yo se y entiendo tu punto de vista en este problema; pero también se que tu madurez hará que le llames a tu hermano y le digas que todo está olvidado. Dile que lo quieres mucho por favor”.

Imposible resistirse a la petición de mi mamá. Eso mismo hice inmediatamente.

Pasa el tiempo y recordando con la familia anécdotas de mi madre, ahora que su ausencia se hace más fuerte, reímos como nunca al darnos cuenta que ella había citado también a mi hermano y le había dicho las mismas palabras: “Tony, tu eres muy maduro e inteligente. Yo sé y entiendo tu punto de vista en esto que ocurrió; pero también se que es precisamente tu madurez la que hará que le hables a tu hermano y le digas que todo está olvidado. Dile que lo quieres mucho…”
No cabe duda que el tener una deuda con el prójimo hace que la energía se vaya y fluya sin control. Hace que de forma directa o indirecta nos sintamos mal con nuestro actuar. Pero el tener un conflicto con un hermano, hace sufrir a una madre.

He llegado a una conclusión:
Son tres cosas las que más le duelen a una madre, en el actuar de los hijos:

1.    Que existan conflictos entre los hijos. Estoy convencido de esto porque como padre, me duele muchísimo cuando me entero que mis hijos están distanciados por un pleito. Es un dolor que la madre lo interpreta, lo presiente, lo intuye en forma increíble.
Imposible engañar a una madre cuando un hijo está peleado con otro. Su sentido maternal lo percibe y sufre. Analice usted la alegría que manifiesta una madre cuando ve que los hermanos se procuran, se protegen, se quieren. Evitémosle al máximo este disgusto, porque dañamos la luz que de ella emana.

2.    La indiferencia. El ser indiferentes a las muestras de cariño que nos da una madre. El hacer sentir que su presencia no es importante, cuando, por naturaleza, lo que más desean es ayudar en lo posible a la felicidad de sus hijos. Cuántas muestras de inferencia tenemos simplemente al tenerla olvidada durante días y días. Al no compartirle nuestros anhelos y proyectos con el mismo entusiasmo que se los compartimos a otras personas. Ellas lo perciben y sufren al sentirse ignoradas y no valoradas.

3.    La falta de reconocimiento. Aunque ellas nos digan hasta el cansancio que su amor es incondicional y desinteresado, sufren cuando no se les reconoce su sacrificio. Déjeme decirle que no puedo olvidar la cara de mi madre hace un año y medio cuando presenté mi libro “¡Despierta…que la vida sigue!” No olvido sus lágrimas de orgullo al escuchar de mi las palabras que, gracias a Dios, le pude expresar: ¡Mamita…gracias por todo lo que has hecho por mi…Gracias por ayudarme a ser lo que ahora soy!” Es precisamente ese reconocimiento el que queremos expresar cuando ellas se van.

No cabe duda que el día de las madres es un día muy especial. Le quiero pedir a usted, que tiene la dicha de tener a ese ser que le dio la vida, que analice estos tres puntos que hoy he compartido. Haga un alto en su vida y verifique si son ingredientes que ha fomentado en su relación con su madre.
Si usted no la tiene físicamente, es muy buena fecha para recordarla y agradecerle todo lo que hizo por usted.

Señoras lindas, ¡Dios las bendice siempre porque dieron vida!
¡Que sus vidas sean una eterna celebración!

Autor: Dr. César Lozano
www.cesarlozano.com

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