miércoles, abril 28, 2010

¿Por qué y para qué sufrimos?

“Maestro, ¿POR QUE nació ciego este hombre? ¿fue por un pecado de él o de sus padres?.... Nació así PARA QUE  el poder de Dios pueda manifestarse en él” (Juan 9, 2-3)
Algo que aqueja a la humanidad desde tiempos inmemoriales es el dolor y el sufrimiento.

No nos gusta padecer o enfermarnos y esto es muy normal ya que el decaimiento físico nos impide realizar nuestras labores cotidianas y esa extraña sensación dentro de nosotros resulta incómoda y molesta.

Si nos damos cuenta, al inicio de cada año, algo que no puede faltar dentro de los buenos deseos es la “salud”, y resaltamos lo importante que es, porque sabemos que lo demás viene por añadidura. Con salud podemos trabajar y valernos por nosotros mismos para realizar todas las actividades y lograr cada propósito.
Tener salud es algo maravilloso y gozar de ella en plenitud es un don invaluable. Pero ¿qué sucede cuando la perdemos ya sea por alguna enfermedad o dolencia? Un sin fin de reacciones aparecen y comienzan a manifestarse. Hay quien ante el dolor mantiene la calma y busca darle una solución con paciencia; hay quien se molesta y hasta se angustia y desespera.
Cuando esto es ocasional no vemos tanto problema, pero cuando nos empezamos a marcar por “la de malas” o como dicen por ahí: ”si no nos llueve nos llovizna” ¿qué pasa? Es entonces cuando nos preguntamos: ¿por qué si Dios es tan bueno deja que suframos?
La Palabra de Dios tiene una respuesta muy clara y nos enseña primeramente que el dolor no fue creado por Dios, puesto que nuestros primeros padres no sufrían dolor alguno en el paraíso. Esto vino como consecuencia del pecado que desencadenó una serie de desastres para toda la humanidad, y entre ellas, el sufrimiento.
Por mucho tiempo el pueblo de Israel creyó que la enfermedad era consecuencia de nuestros pecados o  de nuestros padres, tal y como aparece en el texto evangélico arriba citado. Para el judío, enfermedad y obra estaban íntimamente unidas: “si estás enfermo, algo malo hiciste”.  Por lo mismo, el dolor se entendía como aquello que denigra al hombre y lo aparta de Dios ya que era fruto del pecado.
Fue hasta que el mismo Hijo de Dios hecho carne, Jesús de Nazaret, le dio un nuevo sentido y valor al sufrimiento. Él mismo experimentó el temor, la angustia, la enfermedad, el hambre, etc. Como verdadero hombre supo lo que es sufrir, ser perseguido y calumniado.
A veces hablamos de injusticias y decimos: ¿por qué un niño sufre si no tiene culpa? ¿Por qué un pobre si no puede pagar las medicinas? ¿Por qué tal o cual persona que es muy buena y no le ha hecho daño a nadie? Jesús nos enseña desde la cruz que no hay injusticia más grande que esa, porque Él pasó haciendo el bien a todos, amándonos hasta el extremo y la respuesta de la gente de aquel tiempo fue la cruz. Jesús no tenía por qué sufrir, por qué morir, pero lo hizo porque fue congruente con su vida de amor y porque desde la cruz clavó también todos nuestros dolores para darles un nuevo sentido y orientación.
¿Cuántas veces hemos preguntado “por qué” ya sea con gritos o pacientemente y no encontramos respuesta? Estoy seguro que cientos de veces y ¿sabes qué? Nunca encontrarás la respuesta que te satisfaga. Por eso te quisiera decir: no pierdas el tiempo tratando de encontrar respuestas, porque seguramente en muy contadas ocasiones las encontrarás (si es que alguna vez lo logras hacer). Busca más bien el “para qué” como lo hace Jesús en el Evangelio arriba citado.
Observa cómo el Señor Jesús le da una orientación totalmente distinta. Pedro, que hizo la pregunta, presenta una postura negativa, está buscando culpables. Pero Jesús reorienta el mal de ese hombre ciego hacia algo positivo, ese hombre nació así para que sucediera en él algo grande: en él se manifestaría la gloria de Dios. Ese hombre nunca lo supo, pero Dios sí. Nosotros nunca sabremos, pero Dios sí sabe para qué nos pasan las cosas.
Por eso el “por qué” lo eliminamos de nuestro vocabulario y a ese ”para qué” yo le agregaría otra pregunta más: “¿qué es lo que quieres que haga, Señor?” con esta pregunta estás abriendo tu corazón a Dios y así es muy seguro que expreses la actitud correcta, para que de eso malo, saques algo bueno y de ese dolor o enfermedad obtengas algo provechoso y enriquecedor.
Nos gusta aprender de las cosas hermosas, de lo próspero y favorable, pero no siempre y no a todos se nos dan esas condiciones. Por eso es importante que de lo adverso y desfavorable podamos sacar provecho y ventaja, bien dice la Escritura que el oro se acrisola en el fuego. También esas situaciones nos ayudan a crecer y a forjar el espíritu.
Tenemos que aprender a darle un sentido de oblación a nuestros padecimientos uniéndonos a los sufrimientos de Cristo tal y como lo sentía san Pablo al decir que en su cuerpo se completaba aquello que faltó a los padecimientos de nuestro Señor. No porque hayan sido insuficientes los azotes de Jesús, sino porque cada uno forma parte de la Iglesia (que es el Cuerpo Místico de Cristo).

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