jueves, febrero 18, 2010

Como en la última cena

Existe una estrecha comparación entre la primera Eucaristía, celebrada por Cristo en la Última Cena y perpetuada a lo largo de los siglos en sus sacerdotes, y nuestra propia vida.

Las palabras pronunciadas por el sacerdote en la consagración, hacen que el pan y el vino, por la acción del Espíritu Santo, se transformen en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, actualizando así su Muerte y Resurrección.

Del mismo modo, en virtud del sacerdocio común del que participamos por nuestro bautismo, podemos hacer que ese “pan“ y ese “vino“ de nuestras pequeñas alegrías y sinsabores de la vida diaria, al ofrecerlos unidos al sacrificio de Cristo, adquieran un valor de redención y de vida eterna. 

Ésta es la “eucaristía” que Dios nos pide: hacernos hostia con Cristo, por amor, sobre el altar de la voluntad de Dios. En expresión de san Pablo: “Todo cuanto hagáis, de palabra y de boca, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias por su medio a Dios Padre“.

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