Lamentablemente, es muy pequeño el porcentaje de individuos que entran en una secta buscando esencialmente conocimiento. En la mayoría de los casos se trata de personas desconsoladas, desengañadas de la vida, que buscan una forma de vivir alternativa. En los casos más extremos se trata de personas muy resentidas con la sociedad, introducidas en la secta para llevar a cabo su venganza particular contra el sistema social vigente.
No vamos a detallar la infinidad de frustraciones que pueden incitar a una persona a buscar una nueva vida en las sectas. Únicamente indicar que las más abundantes son de tipo emocional. Si sabemos que en nuestro mundo falta amor, no nos extrañaremos de que haya personas dispuestas a introducirse en otros mundos en búsqueda de una mayor felicidad. Y nada mejor que elegir los universos espirituales que anuncian las sectas, donde ―según ellas― se vive armonía, amor y paz a raudales.
A pesar de ser frecuente una actitud de búsqueda desesperada, es poco recomendable para iniciarse en una andadura por el interior de las sectas. Cuando uno huye del mundo en el que vive, en realidad, la mayoría de las veces, está huyendo de sí mismo. Los cambios de lugar pueden distraer por un tiempo, pero no solucionan el problema. Un principiante, puede permanecer años distraído con las novedades de la secta que acaba de conocer, sin darse apenas cuenta de dónde se ha metido. Las nuevas experiencias embriagadoras vividas en su nueva sociedad, cambiar de dios, de rituales religiosos y de doctrina, es un proceso muy largo y ciertamente entretenido. Mientras esto sucede, la persona desencantada de la vida se mantiene distraída por la novedad del cambio y por las prometedoras expectativas de su futuro; pero, cuando las novedades dejan de serlo, y muchas de las grandes promesas sectarias no llegan nunca, uno se suele encontrar en una situación semejante o peor de la que huía cuando se introdujo en la secta.
Cambiar de sistema de vida, por muy convencidos que estemos de su beneficio, apenas nos cambia a nosotros. Son muy pocas las sectas que enseñan a asumir su responsabilidad al individuo en todo lo que le sucede. Muchas personas que buscan la paz por los caminos espirituales, lo hacen intentado cambiar su mundo exterior, su entorno social, introduciéndose en una secta que le vende la tranquilidad espiritual. A quienes tienen grandes frustraciones en el ambiente familiar, la secta les ofrece la oportunidad de integrarse en una nueva familia, grupo de grata convivencia donde, todos sus miembros unidos como una piña en un propósito común, de buenas intenciones (que nadie deberá poner en duda), rezarán juntos e invocarán la presencia de sus dioses particulares que les llenarán de paz. La experiencia religiosa, ya venga de un dios o de otro, siempre resulta gratificante. Si los miembros de las familias en crisis realizaran con sus familias los mismos rituales que practican en las comunidades religiosas o sectas, como ―por ejemplo― rezar reunidos, no tendrían necesidad de permanecer afiliados a ningún otro grupo para encontrar la paz que andan buscando. Pero, como los rencores familiares suelen intensos en las familias con problemas de convivencia, este tipo de situaciones acaban resolviéndose eligiendo una nueva familia que ofrece grandes esperanzas de felicidad. Aunque, más tarde, en cuanto los rituales pacificadores del espíritu se hagan monótonos y pierdan efectividad, es muy probable que a la persona que albergaba grandes esperanzas con su nueva familia no le vayan las cosas mucho mejor que antes, pues sus patrones de comportamiento le llevarán a sufrir el mismo drama del que huía, incluso su situación habrá empeorado por haber perdido a su auténtica familia y amigos que ahora difícilmente podrá recuperar.
Así que el sectario que buscó en la secta consuelo, puede acabar a la larga más desconsolado que estaba al principio; pero, claro, ahora las causas de su desdicha ―aunque sigan siendo las mismas― él las verá diferentes. Ahora ya no achacará sus males a su nueva familia. La secta se encargará de dejarle bien claro que ni él, ni ella, ni ninguno de sus afiliados son responsables de su propia infelicidad, sino que son los poderes del mundo, los gobernantes, el sistema social, o los demonios, quienes tienen la culpa de sus males.
No voy a asegurar que en el cien por cien de los casos suceda de esta forma. El efecto terapéutico de muchos de estos grupos resulta innegable, pero lo dicho sucede muy a menudo.
Elijo ejemplos típicos, algo extremos, como prototipos para mis exposiciones, primero porque en realidad están sucediendo, y segundo para denunciar con la suficiente claridad el tipo de males que puede llegar a sufrir el aficionado a las sectas. Son ejemplos que, aunque habitualmente no resulten tan extremos, servirán de información suficiente como para poder evitarlos.
En realidad, quien busca una alternativa en los mundos sectarios, lo hace impulsado por varias causas: aumentar su saber, mejorar su salud, encontrar nuevas vivencias, etc., y, también, habitualmente, por estar desencantado de la vida. En este capítulo estamos hablando de la peligrosidad que supone entrar en el mundo de las sectas cuando ese desencanto es precisamente el impulso más importante que nos lleva a tomar esa decisión. Cuando es así, resulta muy conveniente, incluso lo más adecuado, acudir a un buen psicólogo. La Psicología (aunque no es tan perfecta como la perfección divina predicada en las sectas) es una de las formas más serias de estudiar al ser humano, y puede ayudarnos a resolver muchos de los problemas de nuestra vida. De hecho, considero indispensable una mínima base del conocimiento de esta ciencia para quien desee introducirse en una secta. Habiendo abandonado hace años la euforia radicalista de sus principios, la Psicología se ha convertido en uno de los métodos de estudio más equilibrados, profundos y objetivos de la mente humana. Capaz de reconocer sus propias limitaciones, sus conocimientos pueden llegar a aclararnos cuál es la verdadera intención oculta que perseguimos al entrar en una secta, y también ayudarnos a descubrir algunas de las intenciones ocultas de esas santas hermandades.
Antes de dar un paso para buscar consuelo en una secta, la Psicología nos puede ayudar a comprender por qué estamos desconsolados y a superarlo. Y si es el ansia de nuevos conocimientos lo que nos impulsa a entrar en una secta, es igualmente recomendable un básico conocimiento de esta ciencia. Así nos evitaremos muchos problemas. Es muy arriesgado empeñarnos en aprender fuerzas ocultas sin conocer los impulsos básicos de nuestra mente que hace décadas nos descubrió la Psicología.
Autor: Sed Consolación
No vamos a detallar la infinidad de frustraciones que pueden incitar a una persona a buscar una nueva vida en las sectas. Únicamente indicar que las más abundantes son de tipo emocional. Si sabemos que en nuestro mundo falta amor, no nos extrañaremos de que haya personas dispuestas a introducirse en otros mundos en búsqueda de una mayor felicidad. Y nada mejor que elegir los universos espirituales que anuncian las sectas, donde ―según ellas― se vive armonía, amor y paz a raudales.
A pesar de ser frecuente una actitud de búsqueda desesperada, es poco recomendable para iniciarse en una andadura por el interior de las sectas. Cuando uno huye del mundo en el que vive, en realidad, la mayoría de las veces, está huyendo de sí mismo. Los cambios de lugar pueden distraer por un tiempo, pero no solucionan el problema. Un principiante, puede permanecer años distraído con las novedades de la secta que acaba de conocer, sin darse apenas cuenta de dónde se ha metido. Las nuevas experiencias embriagadoras vividas en su nueva sociedad, cambiar de dios, de rituales religiosos y de doctrina, es un proceso muy largo y ciertamente entretenido. Mientras esto sucede, la persona desencantada de la vida se mantiene distraída por la novedad del cambio y por las prometedoras expectativas de su futuro; pero, cuando las novedades dejan de serlo, y muchas de las grandes promesas sectarias no llegan nunca, uno se suele encontrar en una situación semejante o peor de la que huía cuando se introdujo en la secta.
Cambiar de sistema de vida, por muy convencidos que estemos de su beneficio, apenas nos cambia a nosotros. Son muy pocas las sectas que enseñan a asumir su responsabilidad al individuo en todo lo que le sucede. Muchas personas que buscan la paz por los caminos espirituales, lo hacen intentado cambiar su mundo exterior, su entorno social, introduciéndose en una secta que le vende la tranquilidad espiritual. A quienes tienen grandes frustraciones en el ambiente familiar, la secta les ofrece la oportunidad de integrarse en una nueva familia, grupo de grata convivencia donde, todos sus miembros unidos como una piña en un propósito común, de buenas intenciones (que nadie deberá poner en duda), rezarán juntos e invocarán la presencia de sus dioses particulares que les llenarán de paz. La experiencia religiosa, ya venga de un dios o de otro, siempre resulta gratificante. Si los miembros de las familias en crisis realizaran con sus familias los mismos rituales que practican en las comunidades religiosas o sectas, como ―por ejemplo― rezar reunidos, no tendrían necesidad de permanecer afiliados a ningún otro grupo para encontrar la paz que andan buscando. Pero, como los rencores familiares suelen intensos en las familias con problemas de convivencia, este tipo de situaciones acaban resolviéndose eligiendo una nueva familia que ofrece grandes esperanzas de felicidad. Aunque, más tarde, en cuanto los rituales pacificadores del espíritu se hagan monótonos y pierdan efectividad, es muy probable que a la persona que albergaba grandes esperanzas con su nueva familia no le vayan las cosas mucho mejor que antes, pues sus patrones de comportamiento le llevarán a sufrir el mismo drama del que huía, incluso su situación habrá empeorado por haber perdido a su auténtica familia y amigos que ahora difícilmente podrá recuperar.
Así que el sectario que buscó en la secta consuelo, puede acabar a la larga más desconsolado que estaba al principio; pero, claro, ahora las causas de su desdicha ―aunque sigan siendo las mismas― él las verá diferentes. Ahora ya no achacará sus males a su nueva familia. La secta se encargará de dejarle bien claro que ni él, ni ella, ni ninguno de sus afiliados son responsables de su propia infelicidad, sino que son los poderes del mundo, los gobernantes, el sistema social, o los demonios, quienes tienen la culpa de sus males.
No voy a asegurar que en el cien por cien de los casos suceda de esta forma. El efecto terapéutico de muchos de estos grupos resulta innegable, pero lo dicho sucede muy a menudo.
Elijo ejemplos típicos, algo extremos, como prototipos para mis exposiciones, primero porque en realidad están sucediendo, y segundo para denunciar con la suficiente claridad el tipo de males que puede llegar a sufrir el aficionado a las sectas. Son ejemplos que, aunque habitualmente no resulten tan extremos, servirán de información suficiente como para poder evitarlos.
En realidad, quien busca una alternativa en los mundos sectarios, lo hace impulsado por varias causas: aumentar su saber, mejorar su salud, encontrar nuevas vivencias, etc., y, también, habitualmente, por estar desencantado de la vida. En este capítulo estamos hablando de la peligrosidad que supone entrar en el mundo de las sectas cuando ese desencanto es precisamente el impulso más importante que nos lleva a tomar esa decisión. Cuando es así, resulta muy conveniente, incluso lo más adecuado, acudir a un buen psicólogo. La Psicología (aunque no es tan perfecta como la perfección divina predicada en las sectas) es una de las formas más serias de estudiar al ser humano, y puede ayudarnos a resolver muchos de los problemas de nuestra vida. De hecho, considero indispensable una mínima base del conocimiento de esta ciencia para quien desee introducirse en una secta. Habiendo abandonado hace años la euforia radicalista de sus principios, la Psicología se ha convertido en uno de los métodos de estudio más equilibrados, profundos y objetivos de la mente humana. Capaz de reconocer sus propias limitaciones, sus conocimientos pueden llegar a aclararnos cuál es la verdadera intención oculta que perseguimos al entrar en una secta, y también ayudarnos a descubrir algunas de las intenciones ocultas de esas santas hermandades.
Antes de dar un paso para buscar consuelo en una secta, la Psicología nos puede ayudar a comprender por qué estamos desconsolados y a superarlo. Y si es el ansia de nuevos conocimientos lo que nos impulsa a entrar en una secta, es igualmente recomendable un básico conocimiento de esta ciencia. Así nos evitaremos muchos problemas. Es muy arriesgado empeñarnos en aprender fuerzas ocultas sin conocer los impulsos básicos de nuestra mente que hace décadas nos descubrió la Psicología.
Autor: Sed Consolación
Gracias por compartir con nosotros este espacio.
ResponderEliminarAdelante!