La misión apostólica constituye una tarea ineludible para todo cristiano. Es el mismo Señor Jesús quien nos convoca y escoge, llamándonos por nuestro propio nombre1 y enviándonos como apóstoles suyos en medio del mundo2. Nuestra vocación es, pues, eminentemente apostólica3.
Esta tarea evangelizadora es la de dar vida a un mundo que agoniza, cansado por su propia mediocridad, por la ilusión y el vacío de la tentación del poder, del fácil consumismo del tener, de la esclavitud del placer. Las lacerantes rupturas que aquejan a la humanidad exigen de nuestra parte una acción decidida y audaz por transformar radicalmente todo aquello que se encuentra «en contraste con la palabra de Dios y con el designio de salvación»4.
Esta tarea evangelizadora es la de dar vida a un mundo que agoniza, cansado por su propia mediocridad, por la ilusión y el vacío de la tentación del poder, del fácil consumismo del tener, de la esclavitud del placer. Las lacerantes rupturas que aquejan a la humanidad exigen de nuestra parte una acción decidida y audaz por transformar radicalmente todo aquello que se encuentra «en contraste con la palabra de Dios y con el designio de salvación»4.
Una intensa vida de oración es condición ineludible para cumplir con esta misión. La oración no es mero acompañante de la acción apostólica. No nos llevemos a engaño. La oración es presupuesto indispensable para que nuestro apostolado sea auténtico. La oración es fuente, sustento y meta de todo apostolado; el eje mismo de nuestra vida apostólica. Ella es camino vivificador de la propia vida y acción.
Oración para la vida...
Todo ser humano posee en su fuero más íntimo un dinamismo de apertura relacional que lo impulsa a salir de sí mismo, a trascender sus propios límites para vivir en relación fraterna con los hermanos. Cuando la persona no vive esta dimensión de encuentro personal con los demás, sino que se repliega egoístamente sobre sí misma, traiciona sus dinamismos más íntimos y, por lo tanto, su propia humanidad.
De la misma manera, toda persona tiene constitutivamente una profunda aspiración al encuentro pleno, definitivo. Creados para vivir ese misterio de amor infinito que es la comunión y participación de la vida trinitaria5, nuestra hambre de absoluto e infinito sólo se ve saciada en el encuentro plenificador con Dios-Amor.
La oración es, pues, una dimensión fundamental, ineludible de la existencia humana, pues ella es ámbito privilegiado para orientarse a vivir ese encuentro plenificador. La oración es diálogo, es comunión, es relación personal y personalizante, entrega personal e íntima. De ahí que quien prescinde de la oración en su existencia, mutila su vocación a ser persona humana, ya que priva a su ser del impulso fundamental que es el encuentro con Dios.
...y el apostolado
Como personas de acción, tenemos que ser antes que nada personas de oración. Vivimos insertos en una sociedad que en muchos aspectos se está volviendo agresivamente anti-cristiana o por lo menos cada vez más indiferente, una “cultura de muerte” que busca apartarnos constantemente de nuestra misión. No podemos hacerle el juego al mundo dejándonos arrastrar por la sutil tentación del activismo. El poner todas nuestras expectativas en nuestras capacidades personales o en los medios humanos de los que disponemos, prescindiendo de la acción divina a través de su gracia, es una de las más sutiles tentaciones del maligno.
Nuestro apostolado sólo es auténtico si surge de la dinámica del encuentro personal con el Señor Jesús. Ser apóstol es anunciar a Cristo en primera persona; y sólo puede anunciar bien al Señor quien se ha encontrado con Él.
En efecto, quien no reza, no vive reconciliado y por lo tanto su quehacer apostólico solamente será proyección de su propia ruptura interior. Bien afirma el ya desaparecido monje cisterciense Thomas Merton: «El hombre que no tiene paz consigo mismo necesariamente proyecta su lucha interior en la sociedad de aquellos con quienes vive, y esparce el contagio del conflicto en todos los que lo rodean. Aun cuando trate de hacer el bien a otros, sus esfuerzos son desesperados, puesto que no sabe cómo hacerse el bien a sí mismo. En los momentos del más desenfrenado idealismo puede metérsele en la cabeza hacer felices a los demás. Por eso se arroja a la obra; y lo que resulta es que saca de la obra todo lo que puso en ella: su propia confusión, su propia desintegración, su propia infelicidad»6.
Si no existe una relación personal con el Hijo de María, nuestra acción apostólica será estéril, incluso a pesar de algunas iniciales apariencias de lo contrario. ¿Qué es hacer apostolado sino ser instrumentos activos para hacer presente al Señor entre los hombres? ¿Cómo prestar nuestra voz al Señor si antes no nos hemos encontrado con Él?
La oración es lugar privilegiado donde vivir el encuentro configurante con Dios. Es en la dinámica oracional donde vamos siendo revestidos del Señor, conducidos de la mano maternal de María. La oración asidua nos encamina por las sendas del Plan divino. En la apertura al Espíritu, el Señor se nos revela, se nos muestra y nos pone de manifiesto quiénes somos7. En la comunión cálida, cercana, personal con Él, el apóstol alimenta su espíritu, recupera las fuerzas perdidas y se renueva interiormente para emprender la tarea evangelizadora.
El apostolado es sobreabundancia de amor y no proyección de la propia ruptura. Es en la oración donde descubro el dinamismo del amor, que desde mi realidad personal se proyecta a los hermanos en el servicio evangelizador. La oración es el campo fértil donde encuentra fecundidad el desafío de construir una cultura de vida, de libertad, de justicia y de reconciliación, de amor.
Vida y apostolado hechos oración
El ejercicio constante de la presencia de Dios; la meditación bíblica en compañía de María; el rezo frecuente del Rosario y otras devociones a Santa María; la participación activa en la Eucaristía; las visitas frecuentes al Santísimo; la lectura espiritual; el rezo de la Liturgia de las Horas; las jaculatorias... son maneras concretas y sencillas de hacer oración.
Sin embargo, debemos recordar que no basta con tener momentos privilegiados de oración. Toda nuestra vida debe ser una plegaria constante, una ofrenda perpetua a Dios. Los actos cotidianos deben estar orientados según el designio divino. El apostolado que nace de un corazón reconciliado, del encuentro configurante con Jesús, ya es oración, pues es expresión de la dinámica de comunión y participación a la cual todos estamos llamados8. Viviendo una espiritualidad de la vida cotidiana, nuestra misma acción apostólica se convierte en gesto litúrgico.
Para meditar
La oración y el apostolado son tarea de todo cristiano: Hch 6,4; 1Tim 4,6; 2Tim 4,2.
Nadie da lo que no tiene: Mt 7,16-18; Mt 12,33.34b-35; Jn 3,6; Rom 6,21-22; Gál 6,8.
Sin la gracia todo apostolado es estéril: Éx 4,10-12; Jer 1,4-8; Mt 10,19-20; Jn 15,5.
El apostolado audaz es consecuencia de la oración: Mt 14,17-20; Lc 6,12-16; JnHch 4,31. 11,41-44;
Perseverar en la vida de oración: Hch 1,14; Hch 2,42; Rom 12,6-7; Rom 12,12; Col 4,2-3; 1Tim 2,1-2.
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