viernes, abril 24, 2009

Necesidad de Dios

“Como busca la cierva corrientes de agua, así, Dios mío, te busca todo mi ser.
Tengo sed de Dios, del Dios vivo.
¿Cuándo entraré a ver el rostro de Dios? (Sal 42,1-3).
La filosofía tradicional y la teología concuerdan en que el ser humano está compuesto de alma y cuerpo.
Ni somos alma pura, ni somos materia sola. Nuestra naturaleza humana consta de estas dos realidades tan opuestas y distintas como lo son el frío y calor, lo negro y lo blanco. Alma y cuerpo hacen de nosotros un solo ser.

Cada realidad expresa de diferentes formas su necesidad de ser saciada, tanto el alma como el cuerpo piden una respuesta a sus inquietudes más profundas. El cuerpo busca lo que le es propio y es por eso que apetece el descanso, el alimento, la recreación, etc. El alma también busca lo que le es propio y lo encuentra a través de la oración, la buena lectura y sobre todo cuando se encuentra en la presencia de Dios.

Nuestro Creador ha puesto dentro de cada uno el deseo de buscarlo, pudiéramos decir que en el interior de cada persona existe una inquietud, una chispa que hace dirigir nuestra mirada hacia el cielo en busca de algo o más bien, de ALGUIEN. La necesidad más grande del ser humano que debe ser cubierta es la que expresa nuestro espíritu y lo que pide nuestro espíritu es: LLENARSE DE DIOS.

El texto bíblico que leemos arriba señala la expresión de un hombre que quiere llenarse de lo más sagrado y hermoso. El pasaje es fuerte, ya que todos hemos experimentado la sed y cuando ésta es duradera, las ganas de tomar agua fresca se vuelve hasta desesperante. Un sorbo del vital líquido, en una condición así, es tremendamente gratificante.

Pues si con esta sed buscamos agua, ¡imaginémonos la sed que produce la “ausencia de Dios” en nuestra vida!. No llenarnos del Agua Viva tiene en nosotros efectos devastadores, fracasos terribles y pudiera llegar al punto de un vacío espiritual donde ya no hay nada que podamos ofrecer. 

¿A qué se parecerá una persona vacía interiormente? Pudiéramos decir que una persona sin Dios es como una campana de bronce que resuena bellamente, pero que por dentro está hueca; es como un caja de regalo que no contiene nada adentro, por fuera está bien adornada, pero al abrirla no hay más que una simple caja. Una persona así, podrá estar adornada de la mejor manera posible, pero dentro ella no encontraremos mas que soledad, dolor y tristeza.
Decía san Agustín: “El hombre, pequeña parte de tu creación, quiere alabarte, tú mismo lo incitas a ello, haciendo que encuentre sus delicias en tu alabanza porque nos hiciste, Señor, para Tí, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Tí”. (Confesiones, I, 1).

¡Qué difícil es callar nuestro espíritu! él nos habla a gritos y se hace notar de mil maneras para que nosotros lo escuchemos y le respondamos. Estoy seguro que si guardáramos un poco de silencio y aprendiéramos a escucharnos, dentro de nosotros se oiría una voz que nos diría: NECESITO A DIOS, DÁMELO.
Bien dice Jesús en el evangelio que “el espíritu está pronto, pero la carne es débil”, es decir, existe en nosotros el deseo de llenarnos de aquello que verdaderamente vale la pena, pero muchas veces ese impulso lo apagamos con nuestras superficialidades.

No tener a Dios significaría sequedad, dolor, hambre y muerte. Creo que todos hemos sentido en alguna ocasión un vacío, un hueco enorme, algo que ni la persona más amada puede llenar y nos preguntamos ¿por qué? porque nadie es suficiente para nosotros, nadie puede colmar todas nuestras esperanzas, ni satisfacer la necesidad más grande: la de trascender. El único capaz de hacerlo y en sobreabundancia es Dios.

Para llenarnos de Él es necesario emprender un camino de búsqueda. Dios está tan lejos y a la vez tan cerca. Lejos, para aquel que nunca ha hecho algo por conocerlo, seguirlo, amarlo y tenerlo, para éste, Dios es un extraño y total desconocido; cerca, para quien la oración y la gracia son su forma natural de vivir.
En el capítulo 3 del Evangelio de san Juan encontramos: “lo que nace de la carne es carne y lo que nace del espíritu es espíritu”. Por eso si queremos a Dios hay que buscar las cosas del espíritu.
El problema aparece cuando equivocadamente buscamos soluciones materiales a cosas espirituales. Por ejemplo, cuando queremos que la droga o el alcohol solucionen un problema de soledad, o que una vida sexualmente activa dé respuesta a una necesidad de afecto y compañía. Tarde que temprano la soledad se recrudece y surte sus efectos, es cuestión de tiempo.

¿Qué podemos hacer para llenarnos espiritualmente?
Te sugiero 3 cosas:
1 ) Oración: En la oración vamos descubriendo a Dios y vamos alimentando nuestro espíritu. Este medio viene al alma con un vaso de agua fresca en medio de un sol incandescente; la oración renueva el alma y enriquece. No se trata sólo de rezar, sino de entrar en un verdadero diálogo con el Señor.
2 ) Lectura de la Palabra de Dios: Una lectura asidua de la Palabra de Dios produce en la persona un crecimiento y un fortalecimiento en la fe. Más fácilmente combatimos la tentación, vemos con mayor claridad las cosas que se nos presentan y nos resulta más fácil actuar bajo los criterios de Dios haciendo su voluntad.
3 ) Practica una virtud: El ejercicio de las virtudes es muy importante ya que nos van forjando en la voluntad y hacen de nosotros personas con valores y principios. Un fruto que se recibe por la práctica de las virtudes es la paz.

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