En estas cuatro entregas queremos acompañarte en este camino, la Cuaresma es un tiempo muy especial porque aquí tenemos la enorme oportunidad de purificar nuestras intenciones de vida, salir fortalecidos en nuestra fe y el carácter y valorar la propuesta que nos hace el Señor.
La Cuaresma ha sido considerada en la Iglesia como un tiempo propicio para crecer en la santidad, dejando que Dios purifique mediante nuestra oración nuestros corazones.
Ha sido un espacio en la vida del cristiano para reforzar su vida penitencial o ascética, sin la cual difícilmente permitirá que Dios lo lleve a conocer la perfección de su amor.
Desafortunadamente, el hombre de hoy tiene un concepto equivocado de lo que es la ascesis o penitencia y en muy baja estima el valor de la Cruz. La vida cómoda y materialista que vive le hace despreciar con facilidad estos dos valores que son fundamentales (cf. Mt 10, 38), e indispensables para alcanzar la santidad y, con ello, la plenitud para poder vivir una vida razonablemente alegre y estable.
La ascesis, como esfuerzo humano que responde a la iniciativa divina disponiendo y purificando su vida para que en ella se desarrolle en plenitud la vida divina, no es prerrogativa exclusiva del cristiano ya que, como dice el P. Bernard: “esta palabra ha venido a significar el esfuerzo mediante el cual, se quiere alcanzar el progreso en la vida moral y religiosa”. Este esfuerzo, en nuestra vida cristiana, adquiere una nota particular y quizás única, ya que, a diferencia de algunas otras "espiritualidades", la ascesis en el fiel cristiano, es animada y dirigida por el mismo Espíritu Santo, que no busca destruir sino construir. Por ello, el P. Cantalamessa dice que la Penitencia es el arte de quitar todo lo que estorba en el hombre a fin de hacer visible esa santidad ya contenida en el hombre desde el bautismo.
De la misma manera que la vida interior es el instrumento para que la santidad crezca y se desarrolle, la penitencia es la herramienta de la que se vale el hombre para fortalecer los muros por los cuales transitan nuestros deseos y aspiraciones, los cuales, fuera de control, son capaces de destruir la vida o al menos impedir que ésta alcance la plenitud. Es, digamos, el elemento regulador y, en muchos casos, el propulsor de la vida equilibrada y santa del hombre.
Y es que la penitencia... (continuará mañana).
Que la luz del Espíritu Santo ilumine sus corazones para que continúen en el amor a nuestro Señor, y que la penitencia bien realizada les permita ver el camino al que él nos invita.
Reciban mis bendiciones
Ha sido un espacio en la vida del cristiano para reforzar su vida penitencial o ascética, sin la cual difícilmente permitirá que Dios lo lleve a conocer la perfección de su amor.
Desafortunadamente, el hombre de hoy tiene un concepto equivocado de lo que es la ascesis o penitencia y en muy baja estima el valor de la Cruz. La vida cómoda y materialista que vive le hace despreciar con facilidad estos dos valores que son fundamentales (cf. Mt 10, 38), e indispensables para alcanzar la santidad y, con ello, la plenitud para poder vivir una vida razonablemente alegre y estable.
La ascesis, como esfuerzo humano que responde a la iniciativa divina disponiendo y purificando su vida para que en ella se desarrolle en plenitud la vida divina, no es prerrogativa exclusiva del cristiano ya que, como dice el P. Bernard: “esta palabra ha venido a significar el esfuerzo mediante el cual, se quiere alcanzar el progreso en la vida moral y religiosa”. Este esfuerzo, en nuestra vida cristiana, adquiere una nota particular y quizás única, ya que, a diferencia de algunas otras "espiritualidades", la ascesis en el fiel cristiano, es animada y dirigida por el mismo Espíritu Santo, que no busca destruir sino construir. Por ello, el P. Cantalamessa dice que la Penitencia es el arte de quitar todo lo que estorba en el hombre a fin de hacer visible esa santidad ya contenida en el hombre desde el bautismo.
De la misma manera que la vida interior es el instrumento para que la santidad crezca y se desarrolle, la penitencia es la herramienta de la que se vale el hombre para fortalecer los muros por los cuales transitan nuestros deseos y aspiraciones, los cuales, fuera de control, son capaces de destruir la vida o al menos impedir que ésta alcance la plenitud. Es, digamos, el elemento regulador y, en muchos casos, el propulsor de la vida equilibrada y santa del hombre.
Y es que la penitencia... (continuará mañana).
Que la luz del Espíritu Santo ilumine sus corazones para que continúen en el amor a nuestro Señor, y que la penitencia bien realizada les permita ver el camino al que él nos invita.
Reciban mis bendiciones
Como María, todo por Jesús y para Jesús.
Ernesto María Caro, Sac.
Ernesto María Caro, Sac.
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