Los profetas anuncian un consuelo divino.
Toda la acción de Dios, desde la creación hasta el cumplimiento de la consolación definitiva en Cristo, Mesías Consolador, y en el Espíritu Consolador, se presenta bajo la óptica de la consolación. La Sagrada Escritura vas más allá de un consuelo humano. Sin negar el consuelo humano, la Biblia ofrece un consuelo que está en otra dimensión. Es de otra índole.
Los profetas anuncian un consuelo divino, que tiene como protagonista al propio Dios, el Dios de toda consolación, que habla al corazón del hombre. Esta consolación no es algo material, es una persona; y no queda en la periferia, en la superficie del individuo, entra dentro de la propia persona, habla al corazón, centro de los sentimientos y de las decisiones.
El propio Dios consuela a su pueblo.
El poema del regreso del destierro (Is 40,1-10) nos habla del segundo Éxodo, más glorioso que el primero. Recoge lo antiguo, lo actualiza históricamente. Así podemos entender el sentido profundo de la consolación en la Biblia, es éste: la salvación de Dios que, personalmente, penetra en la historia para realizarse en ella plenamente.
El escenario es el pueblo sumergido en la aflicción. Un pueblo desterrado está sumergido en la desolación, sin espacio para su historia, cultura y religión. Es un pueblo desgraciado. Entre esta oscura realidad, el profeta se siente llamado por Dios para gritar el anuncio de la consolación que viene de las manos de Dios. Jerusalén devastada, dolor grande sin consuelo (Cfr. Lm 1,12 y 2,13). Israel ha vivido la experiencia del abandono total (Is 49,14); y como Jerusalén, mucha gente y muchos pueblos han pasado y pasan por esta misma experiencia.
El propio Dios en persona realiza la nueva salvación.
Los profetas pueden y tienen que preparar los caminos a Dios, pero es el propio Dios quien traza los caminos en la soledad del desierto y en la soledad del corazón del hombre. El consuelo aparece en este contexto como liberación y vuelta a la patria, por lo que el ministerio profético es un ministerio de consolación. Quien habla al corazón es el propio Dios; los profetas (hoy, nosotros), tienen sólo que crear el ambiente favorable para el encuentro del hombre con el Dios de toda consolación.
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