Desde el punto de vista humano, la vida de Jesús se cierra con un fracaso radical. Nadie ha podido decir como Él: "En vano me he cansado, inútilmente he gastado mis fuerzas” (Is 49,4).
Nadie había hablado nunca como Él; nadie había hecho obras a favor de los pobres como las suyas. Y sin embargo, al pie de la cruz había sólo unas pocas personas fieles.
Pero, precisamente por ese, Él se convirtió en luz de los pueblos y llevó la salvación hasta los confines de la tierra.
Pero, precisamente por ese, Él se convirtió en luz de los pueblos y llevó la salvación hasta los confines de la tierra.
Como sacramento de Cristo, la iglesia debe prepararse a repetir visiblemente ese misterio, rechazando toda lógica de fuerza, de poder y de prestigio. La salvación no viene a los hombres en virtud de la eficiencia o de la sabiduría estratégica del pueblo de Dios. Viene por la decisión del Padre, y se manifiesta al mundo, no solamente, pero sí preferentemente, ahí donde el amor es capaz de penetrar a favor de los demás las tinieblas del fracaso y la humillación de la derrota.
En Judas, el amor de Dios no pudo penetrar, pero fue por el egoísmo de Judas, por su encerramiento a sus propios criterios de soberbia, por su engreimiento en las cosas superfluas y terrenales.
Roguemos a Dios nuestro Padre que nos aleje de todo egoísmo y todo pecado, que nos haga generosos para poder experimentar su amor y su gracia.
Pidámosle por nuestras familias, para que se alejen de todo pecado y puedan beber del agua de la misericordia de Dios, y sepan así, ser felices en Cristo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario