Consolar

 "Consuela, consuela a mi pueblo" (Is 40,1)

Este es el primer versículo del libro II de Isaías. Profeta enviado por Yahvé para anunciar a los israelitas, prisioneros en Babilonia, su consolación. Esto sucedió seis siglos antes de que Jesús naciera. El grupo del destierro no estaba sólo en un lugar, estaba disperso en la ciudad, acomodado con los poderosos, otros habían huido a Egipto, y también había grupos que se había quedado en Jerusalén. A todos, a cada uno de ellos, Dios quiso enviar su profeta y su palabra. Estos eran gestos de la cercanía de Dios en momentos de escepticismo, incredulidad, indiferencia, resentimiento, tristeza. El amor y responsabilidad del Creador por su creatura, del Padre por su hijo, de Yahvé por su pueblo quedan de manifiesto en esta súplica de Dios al profeta: ¡Consuela en mi nombre!, ¡Háblales al corazón en mi nombre! y ¡Diles! ¡Diles!....¡Diles! en mi nombre!


La Palabra de Dios, como nos lo cuenta Jesús en una parábola a veces encuentra un corazón distraído, su mensaje cae a lo largo del camino como semilla que se siembra, a veces esta Palabra encuentra un corazón entusiasta que se alegra con este mensaje de Consolación, pero a la hora de la verdad, no quiere sacrificar nada por este Mensaje, también la Palabra encuentra un corazón demasiado preocupado por el "pan de cada día", por el vestido, por el futuro, por la precariedad de nuestra condición humana, y finalmente hay algunos corazones que sedientos y hambrientos de una PALABRA diferente la acogen, la guardan, la conservan, la alimentan, su memoria la incorpora a sus pensamientos, sentimientos y empieza a formar parte de un referente en todo momento. Así, el profeta Isaías encontró toda clase de corazones…

La Consolación, que quedó plasmada de un trazo por obra del Espíritu, en la mujer que fue Santa María Rosa Molas, es la Consolación que está y estará en un devenir constante. En proyecto, en camino, buscando a Dios y al hombre necesitado de la consolación de Dios por los senderos del mundo. Porque Dios la talló a su imagen en el rostro más triste, en el corazón más dolorido, en la mente que busca o en el alma con sed. Y la Consolación sigue sintiendo el escarpelo y el buril de Dios en los entresijos de su ser.

Ser de la Consolación, participar de la vida de la Consolación es una llamada a vivir, en la sencillez del cada día, haciendo obras de consolación.

Hemos querido acoger el servicio de la consolación como recuerda San Pablo a las primeras comunidades en sus viajes apostólicos.

De hecho su misión se identifica con la consolación de Dios a su pueblo sintiéndose portador de un consuelo profundo que él proyecta en su ministerio.

A imitación de María cada uno de nosotros debe de mostrarse como el lugar de la consolación de Dios.

Como familia de Consolación, nos reunimos en el nombre del Señor para dar gracias por Santa María Rosa Molas, mujer elegida por Dios para ser instrumento de misericordia y consolación.

Juntos queremos alabar, bendecir y adorar a Dios porque el Carisma sigue vivo hoy, y la gran familia de la Consolación extendida por todo el mundo, lo hace presente en la Iglesia a través de sus obras.